domingo, 20 de julio de 2008

Visita del día 13/07/08. Parte 3.

Y...aprovechando que ya estaba en el museo, y aunque yo no tengo ni idea de la historia ni avances de la fotografía, me fui también a ver la sala donde se exhiben varias de las obras que forman parte de la colección de la Fundación Ordóñez-Falcón.

Y claro, la información la busqué después.

Colección Ordóñez-Falcón. Pioneros de la fotografía (1845-1930)

Para el Museo de Bellas Artes de Bilbo no es muy común presentar exposiciones de fotografía, aunque en los últimos años parece que la pinacoteca se ha decidido a dar cabida a ciertas muestras gráficas no pictóricas.

Como precedentes, podemos señalar tan sólo otras dos exposiciones fotográficas: “Ciudad Abierta, Fotografía Urbana 1950-2000”, que fue expuesta en 2002; y “Un espacio transformado”, de Patxi Cobo.

Los medios señalan que Javier Viar, director del Museo, se mostraba muy satisfecho durante la presentación de la exposición, sobre todo porque ésta permanecerá en el museo durante un tiempo mínimo de cinco años.

Es éste un hecho de importancia, dada la relevancia que otorgan los expertos a la colección de la Fundación Ordóñez-Falcón. En la colección privada podemos encontrar 1500 obras de diversas fechas y que abarcan toda la historia de esta disciplina. Es por ello que representa una de las colecciones fotográficas más relevantes, y que a menudo son cedidas en depósitos temporales a diversos museos.

Durante la apertura de la muestra que se puede visitar en Bilbao, el propio Enrique Ordóñez explicó que la selección de las obras expuestas en este museo se ha cuidado con detalle. Se buscaba la posibilidad de ceder obras que reflejaran diferentes momentos históricos de la disciplina, a la vez que mostrar las diferentes tendencias defendidas por los creadores.

Así, encontraremos obras que hacen hincapié en la experimentación artística y técnica, frente a otros autores más preocupados por el progreso técnico general y en dejar constancia de los cambios en la industria y arquitectura.

Según la documentación que acompaña la muestra, a través de estas imágenes realizadas entre 1845 y 1930, se descubren los orígenes de la fotografía y sus diversas técnicas. Enrique Ordóñez entró en posesión de este legado hace más de 20 años, lo que le llevó a desarrollar un vivo interés por las instantáneas. La colección de imágenes de la que entró en posesión era en realidad un trabajo de Cartier-Bresson, uno de los autores franceses con más prestigio del siglo XX.

Henri Cartier-Bresson fue un célebre fotógrafo francés considerado por muchos el padre del fotorreportaje. Predicó siempre con la idea de atrapar el instante decisivo (...). Se trataba, pues, de poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento en el que se desarrolla el clímax de una acción.

(Wikipedia, cómo no)

La colección fue aumentando progresivamente con obras de artistas aún no reconocidos, o por obras pertenecientes a diferentes estilos vanguardistas de varios países europeos, así como por diversas obras del siglo anterior. Como ya he dicho, yo de fotografía poca cosa; pero algunos de los nombres me resultan familiares y, en cualquier caso, sí que pienso que a quien le interese este tipo de curiosidades debería aprovechar la ocasión.

Hay obras de Talbot, Roger Fenton, Eduard Baldus, Charles Clifford, Heinrich Kühn, Bisson Frères y un porrón más. El que sepa tan poco como yo, que se ponga a teclear en google o en la wiki como he hecho yo, que salen todos y algunos más...

Al margen de esto, hay imágenes que llaman la atención por sí mismas, porque al fin y al cabo no son sólo técnicas fotográficas sino retratos de trocitos de historia. Por ello me llamaron mucho la atención las imágenes dedicadas a maquinaria o a la construcción; no se, por lo que cambian las cosas, supongo. Como hoy en día tratemos de construir un puente sujetándolo a base de armazones de madera se nos monta una tragedia de trabajadores aplastados...

También supone una curiosidad adicional fijarse en los diferentes medios de plasmar las imágenes capturadas.

De esta forma encontramos daguerrotipos, plaquitas de metal con la imagen, que más parecen grabados hiperrealistas que otra cosa.

Tenemos también los denominados “dibujos fotogénicos”, que no implicaban el mismo procedimiento según si hablamos de Hippolythe Bayard o de William Fox Talbot.

Explicar lo que son las fotografías a la albúmina es toda una aventura, pero si a alguien le interesa, le recomiendo que eche un ojo aquí, donde además tiene a su disposición un mogollón de información adicional sobre la historia de la fotografía, y encima en castellano, para que nadie se queje de que no sabe inglés. También se da una breve explicación de lo que significa trabajar con papeles a la sal.

En fin...que no me enrollo más. Que recomendable para el que no entiende ni jota de esto, porque está lleno de curiosidades en imágenes y en procedimientos, y recomendable para el conocedor porque seguro que se reencuentra con viejos conocidos y se lo pasa como un nene.

viernes, 18 de julio de 2008

Visita del día 13/07/08. Parte 2. La Obra Invitada

Judith y Holofernes, de Artemisia Gentileschi

Mira tú por dónde. En el primer año de carrera me decidí a hacer un trabajo de análisis sobre esta obra de la astista Italiana Artemisia. Oscuro, tenebroso, sangriento...vamos, lo ideal de la muerte (es broma).

No, en serio. Nos pidieron que escogiéramos una obra poco conocida, más que nada para que el análisis de la obra fuera nuestro y no de los libros (o el libro) de la biblioteca. Vamos, para que nos lo curráramos un mínimo, por lo menos.

Así que, husmeando en la biblioteca, tropecé con esta obra. Entre el tema sangriento, que no lo veo apropiado casi para ninguna época, y el hecho de que estuviera pintado por una mujer con el estilo tenebrista de Caravaggio me hizo pensar que, de seguro, la obra no era conocida ni de lejos. Y eso me decidió a analizarla.

Hasta hoy. Resulta que en la web del museo de Bellas Artes de Bilbao tenemos como Obra Invitada el cuadro que yo había analizado y que, junto con otros detalles de la historia del cuadro, han hecho que despierte mi interés aún años después.

Claro que, cuando llegué al Museo y vi el cuadro...resulta que no era el mismo cuadro que yo había analizado. Lo primero que pensé fue que lo habrían restaurado y que sería debido a eso algunos cambios de tono que recordaba de memoria. Así que, herramienta divina en mano, me puse a teclear en la sección de imágenes de Google.

Y llegué al cuadro expuesto en el Museo y... no encontré el cuadro que yo había analizado (tengo la fotocopia del libro de la biblioteca del que hice el análisis en su día, guardado en el armario de los recuerdos).

Después de jugar un rato a las 7 diferencias llegué a la conclusión de que no, de que no se trataba de ninguna restauración. Eran dos cuadros muy similares, pero no el mismo.













No está muy documentado, pero, en efecto, la pintora hizo dos versiones del mismo tema, separadas temporalmente por casi 10 años.

Un poco de historia

La obra “representa a Judith, una viuda hebrea, joven y rica, en el momento de cortar la cabeza al general asirio Holofernes, que estaba asediando con su ejército la fortaleza de Betulia. Cuando la pequeña ciudad estaba a punto de rendirse, Judith, acompañada de su criada Abra, y con la firme intención de vengar el asesinato de su marido, pero, sobre todo, para liberar a la ciudad del enemigo, lo decapitó”.

Artemisia Gentileschi nació en Roma en 1593; fue alumna de su padre Orazio, uno de los pintores más próximos a Caravaggio.

El tema elegido por Artemisia Gentileschi era bastante recurrente por parte de los pintores de los siglos XVI y XVII . Todos escogieron pintar bien el momento en que Judith muestra triunfal la cabeza de Holofernes, bien el momento en que las mujeres huyen del campo enemigo tras el asesinato. Sin embargo, Artemisia decide escoger el momento más dramático de la narración, es decir, la propia decapitación.

La motivación que pudo tener Artemisia para decidirse por este momento tan cruento tiene, según muchos expertos, una relación estrecha con un hecho traumático sufrido por parte de Artemisia, que fue violada en 1612 cuando contaba 19 años por parte de Agostino Tassi; éste era amigo de su padre, Orazio Gentileschi.

Es decir, que la realización del cuadro fue una reacción prácticamente inmediata a este suceso. Al principio, él prometió salvar su reputación casándose con ella, pero más tarde renegó de su promesa; en ese momento Orazio lo denunció ante el tribunal papal.

La instrucción, que duró siete meses, permitió descubrir que Tassi había planeado asesinar a su esposa, que cometió incesto con su cuñada y que había querido robar ciertas pinturas de Orazio Gentileschi. Finalmente, Tassi fue condenado a un año de prisión y al exilio de los Estados Pontificios.

Así que...en conclusión

A ver, recapitulemos: yo he empezado todo esto porque quería ver un cuadro del que hice un análisis años atrás y cuya historia me emocionó. Y resulta que cuando voy al Museo, el cuadro que yo iba a ver no era el cuadro que yo quería ver. O no del todo.

¿Y por qué? Pues porque había otra obra rondando por ahí de la que nadie cuenta nada, y que es de la que yo hice el trabajo.

Al que le interese, la obra se puede contemplar en el Museo hasta el 28 de Septiembre.

(...) lo que más impresiona es la impasibilidad de la pintora, que fue incluso capaz de darse cuenta de cómo la sangre, al chorrear violentamente (...) pueda manchar su novísimo vestido de seda amarilla (...).

Roberto Longhi,
Gentileschi padre e figlia, 1916

Visita del día 13/07/08. Parte 1.

Bilbao, otra vez. Hoy ya no llueve...hoy luce un tímido sol y tenemos una humedad ambiente que no hay quien la aguante. Y cuanto más ligerita la ropa que lleves, antes se te pegotea por todas partes...Es lo que tiene estar embutidos en un valle.

Así que, cuando ha llovido pero no despeja y pretende salir el sol, la humedad se dispara, y es uno de los mejores momentos para encerrarse en un museo, ya que el tiempo no acompaña para hacer turismo al aire libre.

Además del BBAA, también hay una exposición que me interesa en el Guggenheim, así que me cojo el bono Artean y adelante. Para los que no lo sepan, este bono permite entrar tanto en el Museo de Bellas Artes como en el Guggen. Vas un día a uno y al otro Museo puedes ir en cualquier otra ocasión, antes de que finalice el año. Se puede adquirir indistintamente en cualquiera de los dos museos.

Hay veces que para entrar en el segundo Museo es necesario parar un par de euros más, con motivo de alguna exposición especial o cosas así, pero sigue saliendo algo más barato que pagar las dos entradas íntegras. El bono cuesta 12.50, que es lo que actualmente vale ya por sí sola la entrada al Guggen.

Bueno, pues a lo que íbamos: la exposición temporal patrocinada por la BBK...Aunque bueno, que nadie se engañe: todas estas obras en realidad forman parte de la colección del Museo, sólo que se han escogido un buen puñado de ellas para dar el enfoque pertinente al planteamiento en cuestión:

De Goya a Gauguin

¿Y qué nos vamos a encontrar? Pues cuadros, cuadros y más cuadros. Bueno, y alguna escultura, cierto. Hay una en particular muy graciosa, de una especie de monaguillo con un incensario tirado por el suelo.

La escultura se titula “¡Accidente!”, y es genial el gesto y la pose del monaguillo: con una rodilla flexionada y la pierna medio encogida bajo el cuerpo, abrazándose a sí mismo con un brazo hasta esconder la mano bajo el sobaco contrario y llevándose la otra mano a la boca, como tratando de amortiguar el grito de dolor que se percibe con total claridad en su rostro.

Es una escena tan creíble, tan real y tan “de cualquiera” que quizá por eso provoca hilaridad y preocupación a un tiempo: esperemos que al modelo no le hiciera falta machacarse el pie con un ladrillo cada vez que al autor le hiciese falta inspiración...

La muestra recoge obras de muchos artistas representativos de estilo y época, pero no se trata de hacer aquí un nuevo resumen histórico sobre las revoluciones e innovaciones del arte de antes y después de las vanguardias.

Prefiero, directamente, quedarme con algunas de las obras que me llamaron la atención. Yo, ante todo, soy de pintura clásica. Con o sin manchotes, empastada, fluida...me da igual. Los cuadros abstractos pueden tener o no mucha labor intelectual por detrás, y pueden gustar o no, al margen de que se valoren más o mejor los postulados del movimiento que defendía. Para valorar esas obras hay que conocer y estudiar un mínimo el momento histórico, su momento artístico, al autor y el movimiento al que pertenecía.

Y no es que yo sea vaga para esas cosas, pero no puede negarse el mérito de tener que tirarse horas haciendo puntillitas en el vestido de tal o cual señora, que es un trabajo que puedo apreciar sin género de dudas; de verdad, el artista (o aprendiz) que es capaz de no volverse majareta tras pintar tanta morrallita tiene toda mi admiración. Véase “Retrato de dama en rosa y blanco”, de Ángel María Cortellini.

Otro cuadro impresionante, tanto por tamaño como por detalle y esfuerzo, es el de “Sansón y Dalila” de José Echenagusia. Está el cuadro como para sentarse un rato en uno de los bancos y quedárselo mirando un buen ratazo.

Y luego levantarse y mirarlo más de cerca, para ver todos los manchotes de pintura, porque los brillos de las perlas y los brazaletes no son “más que manchotes de pintura”, eso sí, muy bien puestos.

Y luego volver a alejarse para comprobar que, desde la distancia en que se abarca todo el lienzo con un golpe de vista, ni rastro de los manchotes.

Hay también cuadros tristes, o por lo menos esa sensación me dan a mi. Son las obras de Adolfo Guiard. Personalmente me parecen obras más estáticas, melancólicas. Casi todos sus lienzos son tremendamente azules, como si fuera un filtro dominante.

Algunas de las obras más pequeñas del artista recuerdan más a ilustraciones, porque todos los bordes están bien delimitados, como si los dibujara a tinta.

También se exhibe “La promesa”, en la que no me voy a entretener porque, como es una adquisición reciente del museo, hay documentación a patadas sobre el tema en Internet.

Eso sí, el hombre pintaba los codos de una manera estupenda. Una envidia tremenda.

Tenemos también una obra sobre Tristán e Isolda, de Rogelio de Egusquiza; tiene unos tonos muy suaves que contrastan con la escena que representa la muerte de los dos personajes legendarios.

Y, en general, hay pasajes y escenas de corte costumbrista que no deben pasarse por alto, como la “Escena a la puerta de una venta”, de Alenza, “La feria de Sevilla”, de Cortés y Aguilar, “Vista general de Toledo desde la Cruz de los Canónigos”, de Villamil (preciosa luz en dorados y ocres), “La dama del lebrel”, de Alfredo Stevens (otro vestido de un rojo profundo, lleno de puntillitas), “Vista del Abra de Bilbao desde Algorta”, de Juan de Barrueta (luminoso y azul radiante), o “Puerto de la Morcuera. Sierra del Guadarrama”, de Jaime Morera (lleno de nieve y picos montañosos).

Vamos, que se puede pasar un día estupendo con esta exposición (aunque esta tardem que por fin va a salir el sol, a mi no me pillan metida en un museo otra vez ni de globo).

Visita del día 24/03/08. Parte 2.

Cosas del Surrealismo

La exposición que dedica el Guggenheim al Surrealismo realiza un compendio de todas las posibilidades artísticas que desplegó en su día este movimiento. El Surrealismo trasladó a todas las disciplinas disponibles los principios de un colectivo que entendía este “–ismo” como algo más que una mera expresión que reflejar en cuadros o esculturas.

En esta exposición se ven muchos ejemplos del ámbito de aplicación del movimiento; a lo largo de las diferentes salas podremos comprobar “la influencia del mismo en el mundo del diseño: teatro, interiores, moda, cine, arquitectura y publicidad”...

Históricamente, las vanguardias en general y muchos artistas en particular han sido rechazados por ser unos “adelantados a su tiempo”. La reconciliación entre las nuevas ideas y los valores ya asentados se ha hecho difícil más de una vez y ha suscitado censuras en su tiempo. En muchas ocasiones han sido necesarios muchos años, e incluso la muerte del movimiento, para proveer una perspectiva temporal e histórica que permita un análisis más justo de las revoluciones artísticas.

El Surrealismo, por el contrario, despertó emociones encontradas. Mientras que más de un cuadro de Dalí suponía una invitación a la provocación, otro tipo de aportes artísticos tenían mejor acogida y mayor repercusión...mercantil.

La exposición cuenta con cerca de 250 objetos procedentes tanto de colecciones públicas como privadas. Como valor añadido, la muestra pone de relieve las tensiones que surgieron a raíz de la creciente comercialización de este movimiento.

Comprobaremos constantemente el énfasis dedicado a la figura de Dalí, el artista del Surrealismo más célebre de España, así como de su gran aportación al movimiento en forma de pensamientos, escritos y obras de muy diverso carácter.

Personalmente, creo que una de las paradojas más interesantes de la muestra es la convivencia entre cuadros sobradamente conocidos para quién esté familiarizado con la obra de Dalí y objetos de carácter más utilitario: mobiliario, vestuario, joyas, cerámica, textiles...

Sabemos que entre las paredes de un Museo de arte moderno hoy día podemos encontrarnos “cualquier cosa”. Quizá por ello me sorprenda esta sensación de paradoja que mencionaba, al entrar de repente en una sala repleta de muebles perfectamente funcionales o de vestuario oscuro y de corte...vamos a decir gótico; en muchos casos, podríamos imaginarnos esos objetos como parte de la vida cotidiana de una persona y definirlos como productos para “frikis”.

Y no es que sean objetos de mal gusto ni nada parecido. Salí de la exposición con ganas de decorar las puertas de mi armario, que últimamente me daban la sensación de...no se, como de que les faltaba un paisaje.

Por otra parte, el Surrealismo ha sido siempre un movimiento que me ha llamado la atención. No nos entendamos mal: no soy ni mucho menos una conocedora del tema. Soy la típica aficionadilla que ve obras del Surrealismo y siente cierta afinidad con ella, por diferentes motivos. Hay muchas obras de Dalí, tanto pictóricas como escultóricas o decorativas que es inevitable conocer a poco que se hojee un libro sobre él o sobre el Surrealismo, o en las revistas de arte que le dediquen un artículo o reportaje...re(Encontrarme) con el original de estas reproducciones ha supuesto un pequeño calambrazo de emoción y satisfacción.

La muestra es sin duda recomendable, y no ya desde un aspecto académico, sino simplemente para experimentar algunos de estos contrastes que ya mencionaba, además de muchos otros.

No nos encontramos ante una exposición de Dalí, pero quedaremos satisfechos de Dalí.

No nos encontramos ante una exposición de moda urbana pasada o futura, pero encontraremos prendas y accesorios dignos de una película de terror histórico o de una pesadilla en blanco y negro (y, obviamente, ni nos encontramos en la primera ni en la segunda).

No nos encontramos en una joyería, pero desearemos llevarnos a casa una estrella de mar o dos.

No nos encontramos en IKEA ni sucedáneos, pero ya nos gustaría encontrar a la venta un par de muebles como ésos. Yo, por lo menos, tengo debilidad por los armarios pintados y las mesitas redondeadas. Acompáñese de langosta mientras contesta el teléfono, por favor.

No nos encontramos en el teatro ni saldrán a representar la obra los actores del momento, pero podremos visitar el escenario desde todos los ángulos alrededor sin que nos pongan un telón por el medio...

Y todo en una misma exposición, en una sola (y muy grande) planta, dentro del mismo museo...donde aún nos aguardan más cosas.

Ésta del Surrealismo, hasta el 07 de septiembre del presente 2008.

jueves, 17 de julio de 2008

Visita del día 24/03/08. Parte 1.

Bilbao como siempre, gracias: gris tirando a look mediterráneo, con ese paseo lleno de palmeras que nos han instalado a lo largo de la ría.

Este día en cuestión fue, además, especialmente gris en la villa. Como siempre que la menda tiene vacaciones (Semana Santa en este caso), Bilbao decide que la mejor opción es ofrecer inmejorables estampas de lluvia.

No es la mejor ambientación para recurrir a un museo de arte moderno, pero bueno, en esta ciudad es lo que hay. Ya nos hemos acostumbrado.

Pues eso; al Guggen a hacer doble visita: por un lado la exposición dedicada al Surrealismo. Y de propina, a tiempo de ver también la que llevaba por título “Art in the USA: 300 años de innovación”; que mira por dónde, yo pensaba que ya estaba pasada de fechas.

Y si nadie tiene inconvenientes, con esta última empiezo mi parrafada.

Quien piense, a estas alturas, que en el Guggen no hay sitio para el arte tradicional...que se lo vaya quitando de la cabezota de una vez y para siempre. La arquitectura de planificación imposible no es incompatible con la pintura tradicionalista.

Art in the USA: 300 años de innovación


La exposición ofrece un pasillo cronológico, un recorrido por la historia pictórica americana y una muestra de los cambios de estilo producidos en consecuencia.

De ello y de algunas de las obras expuestas deducimos que desde 1700, y en “tan solo” 300 años, la plástica americana sufrió una serie de avances casi convulsivos. Realmente es un plazo de tiempo breve para tal despliegue artístico.

Supongo que este “fenómeno” puede llevarnos a pensar que los pintores americanos han tenido que hacer un esfuerzo por “ponerse al día” no sólo con respecto a las técnicas pictóricas del continente, sino con el tipo de expresión y recursos que ofrece la pintura para relacionarse con el medio.

Gracias a este recorrido histórico, una de las primeras cosas que podemos apreciar es un antes y un después a nivel colonial; tal y como se indica en la documentación ofrecida por el museo las obras iniciales de la exposición “(...) son un reflejo de la cultura puritana de Nueva Inglaterra(...)”.

Conforme pasa el tiempo, América adquiere una nueva conciencia de sí misma; comienza un periodo en que se percibe la forja de una nueva identidad como nación. Pictóricamente, esto se traduce en un cambio de temática. Los cuadros de índole colonial van dando paso a otros en los que se exalta la grandeza del país, ya sea mediante el énfasis en el americano pudiente o mediante la demostración del orgullo por una naturaleza plagada de grandezas sobrecogedoras.

El punto álgido de este sentir puede reconocerse en la Declaración de Independencia, momento a partir del cual “hubo un deseo renovado de marcar diferencias entre el arte norteamericano y la tradición europea. Los retratos de líderes civiles y figuras públicas no estaban destinados a inspirar ni reverencia ni admiración, sino orgullo nacional y entusiasmo”.

A partir de este momento el arte americano va alterando su rumbo y sus métodos de expresión conforme a lo que ha venido sucediendo en la historia del arte a lo largo de los siglos: el espíritu local y mundial del artista concibe una serie de “productos” que son reflejo de los tiempos y de los hitos históricos que van aconteciendo con los años.

Desconocedores como somos (por lo menos yo) de las corrientes artísticas americanas, no pretendo ni mucho menos realizar un falso estudio del recorrido que nos ofrecen las obras de esta primera parte de la exposición.

Sin embargo, tras recorrer las diferentes salas de la exposición (en ambos sentidos, además...), y siendo la mayor parte de los cuadros totalmente desconocidos para mí, se puede apreciar una afinidad genérica con lo que han sido las circunstancias artísticas europeas, más familiares a mi conocimiento. Es decir, ese inicio pictórico que primero sirve a un colectivo y a unos propósitos y poco a poco gana en independencia y en dinamismo.

Tal vez esta vida acelerada y a contrarreloj del arte americano ha sido otro factor determinante para que sea en esta nación de gran consumo, precisamente, la que produzca un estilo de expresión como el arte pop, del que también hay obras representativas en la exposición.

Pensando hoy en la exposición de hace ya meses atrás, queda una fuerte sensación de que el intercambio de estilos en el arte americano -de tradicionalista a moderno- ha sido más un salto que una progresión. Tengo el recuerdo de todos esos cuadros de retratos sociales y políticos, de impresionantes paisajes americanos, de escenas costumbristas (coloniales o no) y, de pronto, de una sala con obras abstractas de factura casi violenta y espontánea, de láminas y lienzos al más puro estilo pop, de comic para pared a lo Roy Lichtenstein y de obras que sobresalen de la pared para no ser ni cuadro ni escultura.

Claro que, como bien se puede suponer, esta sensación de salto brusco en los estilos no deja de ser un recurso prestado, una exageración lograda gracias al cambio de salas al que se nos obliga, y que separa las obras no tanto por su progresión temporal como también por sus estilos, dando la sensación un poco artificial de que la historia del arte también se escribe por bloques, como en los libros de texto de historia, donde cada capítulo parece no tener nada que ver con el anterior o el siguiente.

La mejor obra (jeje); la cerilla quemada.