domingo, 7 de septiembre de 2008

Visita del día 17/08/08. Retrospectiva de Juan Muñoz

Otra vez Bilbao...aunque esta vez no puedo quejarme demasiado: no llueve, no hace bochorno...vamos, que el tiempo acompaña hasta el punto de apetecer darse una vueltilla por el paseo del Mediterráneo que nos han montado ahí al lado del Guggenheim.
Pero primero, al Museo. A revisitar la exposición del Surrealismo, por qué no. Pero sobre todo y muy importante, la retrospectiva de Juan Muñoz que se me quedó colgada de la vez anterior que estuve de visita en Bilbao.

La exposición es mayormente escultórica y hace hincapié, sobre todo, en la figura humana; sí, una figura humana extraña, no siempre realista y en su mayoría grimosa. Pero figura humana al fin y al cabo.
Hay también otro tipo de piezas donde no hay seres humanos pero que, por su propia naturaleza, nos invocan su recuerdo, casi la necesidad de personaje. ¿Para qué, si no, un pasamanos, la escalera de caracol, la alfombra, los suelos decorativos?
Pero empecemos un poco por el principio, antes de que se nos caiga el tejado de alguna casa imaginaria...
De las figuras de la entrada al Museo no voy a hablar. Cualquiera puede verlas: están ahí para todo el que se les quiera acercar y hacer el indio junto a ellas y con ellas, que de eso no falta. A fin de cuentas, para una vez que las señoritas de rojo no te van a dar la paliza con que “no se acerque tanto” o “no les respire al oído que se oxidan”...

Una vez dentro y tras el canje del bono artean -lo que quedaba de él, recordemos- por una entrada propiamente dicha, entramos y casi nos topamos con la sala “aforo máximo: 20 personas”. No es que la sala se llame así, es que se ve que el personal del museo tiene miedo de que alguien se meta en el bolsillo alguna figurilla aprovechando la superpoblación, no se.

Bueno, en serio (casi): sin terminar de dar la vuelta a una sala llena de figurines bajitos, de cuencas oculares extrañas, se observan poses, ademanes y conversaciones silenciosas interrumpidas por los espectadores...No se si otros sentirán lo mismo, pero me dio por pensar que yo allí estaba de más. No porque molestara a nadie, sino porque me asaltó la sensación de que los únicos que saben lo que hacen ahí son los hombrecillos grises.

Es decir: tenemos un montón de personillas que conversan entre sí, se saludan, se ríen...y luego están los espectadores, solos en sí mismos mientras dan vueltas y vueltas, ignorando al resto de espectadores y curioseando los asuntillos de los grises.
Había una concentración de estatuillas particularmente inquietante: véase un corro de personajes que interactúa mediante su código mudo, a lo suyo y sin molestar a nadie...Yo hice la prueba (no vi que nadie más se animase) de meterme en el puñetero medio del corrillo de las patatas...fuera de lugar, totalmente. No salí huyendo por poco.

Supongo que si uno cede a la sugestión de estas instalaciones acaba sintiendo ese tipo de cosas, no se; de repente vi a todos estos espectadores humanos, incluida yo, como la pieza fuera de lugar en todo este asunto.
A nivel general, y para no ponerme a hablar por turno de cada una de las salas, creo que esta es la sensación dominante allá donde domine la presencia de personajillos. Vayas donde vayas parece que no estás en buen sitio: porque vas a mirar sin saber dialogar, sin saber de qué trata la conversación ni del tema de la misma.

Todos los secretos son cosa de los muñegotes. Todos hablan, actúan, se relacionan...Sonríen mientras se miran o hacen su vida. Y algunas de las cosas que se traen entre manos son incomprensibles, pero se trata precisamente de eso: ellos tienen razón y las cosas son tal cual ellos las hacen...

Aunque quiero hacer un apunte sobre esto: la sensación de colectividad a lo largo de las salas es bastante fuerte; el espectador vaga como perdido cuando encontramos estos grupos de patio de colegio, prisión o sala de reuniones. Es por ello que encontrar a un individuo solo, aislado, castigado contra la pared y sin relacionarse con otro de su especie crea una especie de malestar que debemos contrarrestar buscando motivo a su proceder.
Al margen de estas figurillas de actividades silenciosas, hay otras obras también curiosas. Encontraremos dos habitaciones prácticamente vacías.
Una de ellas parece acusar la ausencia de habitantes. Están los balcones vacíos, las pequeñas escaleras de caracol sin vida, el pasamanos sin escaleras...que, por cierto, era el dolor de cabeza del personal del museo: colocado en la esquina de la habitación, la gente se acercaba tanto a mirarlo que el sensor de proximidad se pasó toda la visita pitando...
Casi parecía formar parte del montaje escultórico por méritos propios.
La otra habitación despoblada tiene el suelo decorado al gusto de los juegos infantiles: utilizando tres colores para crear formas geométricas, la sensación es de que paseamos por una urbanización de cajas, y que para ir en un sentido u otro debemos pisar solamente en la tapa de la caja, que en cada dirección se representa mediante un color distinto...pero hay sólo tres colores, luego una de las cuatro direcciones está prohibida...

Y bueno, que así me podría estar hasta mañana a estas horas, realmente...Es una exposición de mirar desde arriba, desde abajo y luego ya como miramos siempre; hay que husmear, meter la cabeza por los rincones y no acercarse demasiado al pasamanos...(jeje). Hay que dedicarle un tiempo al tren descarrilado, que es otro buen sitio donde meter las narices y a las vitrinas llenas de piernitas en miniatura, de frascos y neceseres congelados...Los dibujos de blanco sobre negro también son recomendables...

Y después de la exposición y si en Bilbao no llueve, paseíto bajo las palmeras recorriendo la ría por el paseo del Mediterráneo.

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